domingo, 17 de enero de 2016

Dos años después de la cirugía bariátrica

Bueno, hace muchísimo tiempo que no escribía nada en este blog; de hecho ya casi había olvidado que lo tenía.
"Pasa la vida", me gusta el título que le puse, porque así es: pasa la vida. ¡Y cómo pasa! Prueba de ello es que hoy me despido de los 55 años y mañana estreno los 56.
¡Cómo corre el tiempo, qué prisa tiene! Hace nada era un niño, un adolescente, un joven... y, ahora, un adulto "madurito"...
Lo curioso es que, pese a todo, por dentro me siento como siempre, el mismo de siempre, igual que cuando tenía 18, 20 o 30 años. Es cierto que hay cosas que cambian mucho, otras poco,  algunas apenas nada... pero, básicamente, lo esencial -algo indefinible- permanece inalterable, e inalterado, sigue idéntico. Es como si el tiempo no hubiese pasado; a veces, incluso, tengo la sensación de que al abrir los ojos voy a despertarme en cualquier momento del pasado: en casa de mis padres, en el parvulario, en el colegio, en uno de aquellos veranos maravillosos de los años 70, en la universidad, en brazos de alguna antigua novia, meciendo a uno de mis hijos recién nacido...
En fin, qué nostalgia... Aunque, siendo realista y sincero, sigo diciendo lo que siempre he pensado: que no volvería atrás ni un solo segundo, aunque pudiera. Lo pasado, pasado; todo tiene su momento, su tiempo, su espacio... Nada fue ni tan bueno, ni tan malo, como ahora lo recuerdo.
La memoria es muy subjetiva y arbitraria, y tiene tendencia a recordar sólo lo agradable. Y si acaso guarda -que lo guarda, claro- algún mal recuerdo, lo trae al presente, dulcificado, modificado para que no haga daño, para que no duela ni amargue.
La memoria es una amable mentirosa, una fantástica embaucadora, un falso testigo. Me encanta escuchar sus historias, y hago como que me las creo, pero, en realidad, sé que me engaña...

Si he decidido escribir una nueva entrada en este olvidado blog es por deferencia a un amable y despistado lector -probablemente el único- que ha dejado un comentario. Así he tenido conciencia de que todavía tenía este "Pasa la vida".
Había escrito dos entradas contando mi experiencia con la cirugía bariátrica, y lo dejé después de un mes -más o menos- de la operación. Pues bien, creo que es mi deber continuar con la historia y no dejarla a medias; cosa, por otra parte, muy habitual en mí.
¿Qué ha pasado conmigo después de dos años -se cumplen dentro de 12 días- de hacerme la gastrectomía vertical?
La verdad, es que todo ha ido muy bien; tanto que -podría decir sin temor a equivocarme, o a exagerar- mi vida ha cambiado completamente, radicalmente.
De los cerca de 115 kilos que pesaba cuando me operé, ahora me mantengo en 80 kilos. Y eso que en Navidad he ganado un par de kilitos. Pero, ya se sabe que en esas fechas se comen más dulces y se hacen algunos excesos. Aunque, en mi caso, estos son muy pequeños, porque, afortunadamente, la capacidad gástrica sigue siendo escasa, y eso hace que me llene enseguida.
Comer, como de todo, absolutamente de todo; aunque hay cosas que me sientan peor que antes. Por ejemplo, los asados -cordero, cabrito, cerdo, etc.- y las comidas muy grasas, noto que las digiero fatal, y me dejan con sensación de pesadez y mala digestión, aun comiéndolos en cantidades moderadas. Ahora, por supuesto, debo decir que me alegro, porque así me limito mucho una fuente importante de calorías y grasas.
En general, las cantidades que como no tienen nada que ver con las de antes. De hecho, cuando salgo a cenar, siempre digo lo mismo: "me sobra el segundo plato y podría pasar directamente al postre". En cambio, sí que he notado que los dulces me llaman la atención mucho más que antes y, lo malo es que, entran bastante bien. De hecho, si me moderase más con ellos, estaría pesando 76 o 77 kilos.
Pero, bueno, no me puedo quejar. ¿Quién me iba a decir a mí que iba a preocuparme de si pesaba 78 u 80 kilos? Eso, antes, no era ni siquiera un sueño; era ciencia-ficción.
Es una maravilla ver cómo con picar un poco de los entrantes -no mucho y no de todos- y con una par de cervezas sin alcohol, ya estoy lleno. Como decía, los segundos platos me sobran; no sé por qué los pido, porque no me los acabo nunca. Es por pura costumbre.
En cuanto al alcohol, lo he suprimido absolutamente. Tuve un par de malas experiencias porque, al no tener estómago, el metabolismo del alcohol se altera y enlentece mucho; o sea, que con una cantidad pequeña te coges un buen "pedo" y te sienta fatal. La verdad es que esto también ha sido otra ventaja, porque se ingieren muchas menos calorías y, encima, no castigas al hígado, ni al cerebro, ni a tu mujer, ni a tus amigos... Eso por no mencionar que te olvidas de que existen los controles de alcoholemia, y las asquerosas resacas -que con la edad cada vez son peores- han pasado a la historia.
Otra ventaja que tengo ahora es que hago deporte con regularidad. Juego al raquet unas tres veces a la semana. Aguanto partidos duros -muy duros- de una hora -a veces, más-, y me fatigo lo justo; desde luego, me canso mucho menos que la mayoría de mis amigos. He ganado en agilidad, resistencia, fondo... o sea, en todo. De hecho, estoy más en forma ahora que cuando tenía 18, 20, 30, 40 años...
Esto indica que mi estado cardiovascular es perfecto. Los análisis de sangre salen impecables, la tensión arterial es normal -tirando a baja-, la relación de grasa y músculo que me da la báscula Tanita, es perfecta... En fin, qué más se puede pedir...
Por último, el aspecto psicológico se ha visto muy beneficiado: mejor autoestima, más seguridad, menos pereza, incluso más espiritualidad. Parece como si, antes, la grasa también hubiese invadido mi mente; de hecho, posiblemente, en cierto modo, así era en realidad.
¡Qué placer da poder comprar ropa sin tener que ir al departamento de tallas especiales! Ahora, uso una talla 32 de vaqueros. Una talla que no creo que usase ni a los 17 años. Y, encima, ni te los tienen que arreglar de largo; es llegar, probar y comprar. Puedes salir de la tienda con ellos puestos, si quieres.
Otra cosa que he valorado mucho es no tener que evitar situaciones sociales sin ropa: la piscina, la playa, la sauna, el vestuario... Ahora estoy muy a gusto con mi cuerpo; al menos, no me avergüenzo de él -o sea, de mí mismo-. Eso antes era incomodísimo y me limitaba mucho. Era tan triste sentirse mal dentro de uno  mismo. Porque, como ya he dicho alguna vez, eso del mito del gordito feliz, no es más que eso: un mito. No es cierto que cuando estás gordo te sientes muy contento. Eso es una mentira estúpida y un topicazo.
Un detalle más: ¡puedo usar zapatos con cordones! Cuando pesaba casi 115 kilos, era imposible hacerse el nudo de los zapatos, así que me veía obligado a usar mocasines; y aun así, para calzarme debía coger aire -como quien va a bucear- y, de rodillas, congestionado, asfixiado e incomodísimo, calzarme.
Por supuesto, el CEPAP -el aparato que usaba por la noche para no roncar, ni tener apnea del sueño- ha pasado a la historia y duerme el sueño de los justos llenándose de polvo en un armario. ¡Qué bien se duerme sin tener que usar ningún aparato para respirar!
No sé qué más puedo contar que no haya dicho ya. Creo que cualquiera que lea estas lineas se podrá hacer una idea bastante exacta de lo que he ganado con la pérdida de peso. He ganado muchísimo y he perdido... ¡nada!, sólo grasa, peso, complejos, fatiga...
Ahora sé que he conseguido -si Dios quiere- unos cuantos años de vida más -probablemente bastantes-; pero eso no es lo más importante, lo más importante es que esa vida -mi vida- ha aumentado en calidad, y mucho.
Por tanto, la decisión que tomé hace ya dos años, fue difícil y arriesgada, ya que no deja de ser una cirugía muy importante. Pero, eso sí, fue una decisión acertada, valiente y lúcida.
¿Volvería a hacerlo? Y ésta es la prueba del nueve... La respuesta es: ¡sí! Una y mil veces: ¡sí!
Mi único consejo es que, quien piense en hacerse una gastrectomía, tenga la certeza absoluta de que es lo que quiere hacer, que esté totalmente convencido, que haya agotado cualquier otra salida -básicamente la dieta- y que lo haga libremente, sin dejarse convencer por nadie -ni por su médico, ni por su familia...-. Debe ser una decisión absolutamente personal y meditada.
También debe saber que, aunque la gastrectomía es una ayuda inmensa y maravillosa, no es la panacea; así que si, poco a poco, uno se va abandonando, y va comiendo y bebiendo cada día más y más, el pequeño estómago que tiene, puede ir cediendo y aumentando su volumen, con lo cuál -aunque no debería de ser así- podría volver a verse, al cabo de los años, en el punto de partida: la obesidad.
Sólo con pensar en esa posibilidad, se me encoge aún más mi pequeño estómago. Y, eso es bueno, porque "el miedo guarda la viña".
Y, claro, por último -aunque es casi lo más importante- quien haga la gastrectomía debe ser un profesional con muchísima experiencia y habilidad; un médico capacitado v honrado que se haga cargo del paciente y le explique todo el proceso con absoluta claridad: los pros y los contras, las ventajas y desventajas, las posibles complicaciones...
En mi caso lo tuve muy fácil porque sabía de primera mano -soy médico- quién estaba a la cabeza de estas intervenciones. Por eso me puse en manos del Dr. López Baena a quien siempre estaré inmensamente agradecido. Hizo una cirugía perfecta, impecable. No se puede pedir más. Espero que muchos pacientes se puedan beneficiar de su destreza, como lo hice yo. Su labor es, realmente, impagable.
Y, conste que, lo que hago no es ningún tipo de publicidad -nada más lejos de mi intención- porque no tengo el más mínimo interés personal; lo que manifiesto es mero agradecimiento a un cirujano maravilloso que con su profesionalidad y buen hacer me cambió la vida.
Como dice el refrán: "Es de bien nacidos, ser agradecidos". Pues, eso...