jueves, 20 de febrero de 2014

Mi experiencia con el tratamiento quirúrgico de la obesidad (II)






Mi experiencia con el tratamiento quirúrgico de la obesidad (II)


Hace 22 días que me hicieron la gastrectomía vertical en el hospital Gregorio Marañón y, aunque ha pasado muy poco tiempo, se me hace algo ya lejano.
Me operó el experto y estupendo Dr. López Baena, para quién no tengo más que palabras de agradecimiento. Creo que también opera por lo privado en IMEO.
He pasado bastante miedo. La noche antes, la del martes 28 de enero de 2014, no pegué ojo; apenas dormí un par de horas. Los nervios me consumían.
No olvidaré nunca cuando salí de casa con mi mujer, muy temprano, a las 6:30; nos recogió un taxi y fuimos al hospital. Entramos por Urgencias y de allí me pasaron a mi habitación.
Nos recibieron con mucha amabilidad, me dieron una esponja especial para antes de las cirugías, me duché -aunque venía recién duchado de casa- después me puse un camisón de esos que se abrochan por detrás y te dejan el culo al aire, me cogieron una vía en el dorso de la mano derecha y me quedé esperando en la cama.
A la media hora un celador me llevó al quirófano y una vez allí, bajo la lámpara enorme que aún no estaba encendida, se presentó el personal, me cogieron otra vía, esta vez en el dorso de la mano izquierda, y al poco tiempo una anestesista me dijo que iba a notar un poco de mareo, como si me hubiese tomado unas cervezas. Noté, inmediatamente, una sensación como de alejarme, como si me fuese volando arrastrado por una fuerza misteriosa. Sé que viajaba con la cabeza por delante...
Lo siguiente ya fue oír a alguien que me hablaba y me preguntaba que qué tal me encontraba. Estaba confuso y algo mareado, pero en seguida fui recobrando la conciencia y recuerdo que lo primero que pensé fue: "Ya está hecho y todo ha salido bien".
Pasé a la UVI, donde estuve un día entero, hasta la mañana siguiente. Allí me sentí bastante agobiado; no podía cambiar de postura, sólo estar boca arriba, además, notaba la sonda vesical -que era incomodísima- y cada vez que movía las piernas me daba sensación de escozor en la uretra. Tenía un suero conectado a la vía de la mano izquierda y unos manguitos que iban comprimiendo periódicamente las piernas. Esto último, las compresiones de las piernas, me resultó muy agradable.
Las horas no pasaban, se arrastraban lentamente. Miraba al reloj que tenía enfrente, cerraba los ojos intentando relajarme y dormir, volvía a abrirlos creyendo que habría pasado más de una hora y, para mi desesperación, al volver a mirar el reloj comprobaba que sólo habían transcurrido cinco minutos.
A última hora de la tarde dejaron pasar a mi mujer para verme unos minutos. Días después me dijo que tenía un aspecto fatal. No me extraña.
Así de fastidiado estuve todo el día y toda la noche; además, fueron apareciendo unos dolores de estómago bastante fuertes. La sensación era como si te estuviese mordiendo el estómago una jauría de perros rabiosos. Menos mal que las enfermeras estaban pendientes y me inyectaban calmantes. Una de las veces usaron Morfina; las otras Dolantina.
Por fin, a la mañana siguiente, hacia las 12, me llevaron a mi habitación. Por suerte, estaba solo, pero duró poco porque por la tarde me pasaron a una habitación compartida con un hombre que llevaba ingresado tres meses. La otra la necesitaban para un paciente mayor que estaba muy grave.
Al día siguiente me dejaron beber manzanilla y ya me levantaba yo solo al baño. Así, pasaron los días y yo cada vez me iba encontrando mejor.
Por fin, llegó el sábado por la mañana y el cirujano, un tipo estupendo y de quien tenía las mejores referencias, me dio el alta. Fue una felicidad inmensa vestirme y largarme de allí. Mi mujer y yo volvimos a coger un taxi y regresamos a casa.
Qué sensación tan maravillosa cuando entré y vi a mis hijos, mis cosas, mis gatos, mi sofá...
Ese día ya comencé con dieta líquida a base de caldos y leche desnatada enriquecida con leche en polvo y Meritene. Una toma cada dos horas. Así estuve 12 días.
Una cosa que llevaba muy mal era lo de pincharme la heparina. Me daba mucha aprensión. Finalmente, al tercer o cuarto día, me la inyectaba mi mujer. Fue un alivio. Con la heparina he estado tres semanas -hoy he terminado-.
He de confesar que, en un par de ocasiones, tuve una especie de ataque de pánico al ser consciente de que me había quedado sin estómago y que la situación era irreversible. Dudé si habría hecho bien operándome, sino me habría precipitado, si iba a aguantar toda mi vida sin comer y beber como antes -que era un placer y una adicción-. Ya digo que, en cierta manera, tuve que hacer un duelo a mi 80% de estómago extirpado. Pero me parece una reacción sana y normal ante una operación de este tipo; además de ser una forma de protesta ante la deprivación de las grasas, de los hidratos de carbono y del alcohol.
El día decimotercero pasé a la dieta de purés, que es con la que estoy ahora. La verdad es que no paso casi nada de hambre. A veces, sensación de ganas de comer, pero nada que ver con el deseo que tenía antes de la cirugía. Además, en cuanto tomo un poquito de puré ya me siento lleno. Son 200 mls de verdura con carne, muy pasado, como un potito; pero, a pesar de lo poco que es, hay veces que no me lo puedo acabar. Lo como con una cucharilla de postre y muy, muy despacio, porque sino te duele el estómago, notas que se distiende y tienes que parar. De hecho, puedo tomarme un vaso de leche antes de irme a la cama, pero hasta hoy nunca me lo he tomado, porque no siento la necesidad.
El estreñimiento es un problema, pero con buena hidratación, y algo de laxante, lo voy sorteando.
También tomo compota de fruta, que entra mejor y sabe muy bien. Procuro beber, fuera de las comidas, todo el agua e infusiones que puedo, para estar bien hidratado.
Las heridas, las cinco entradas que hicieron a mi abdomen, han evolucionado muy bien; de hecho, no me ha hecho falta antibiótico en ningún momento. A los catorce días me quitaron grapas y puntos. Fue un alivio.
El día 7 de febrero, a los nueve días de la operación, me animé a dar un paseo por el parque Juan Carlos I. Fue breve, veinte minutos, pero es que me tiraban los puntos y se hacía un poco incómodo.
A día de hoy, ya camino, casi todos los días, una hora; hago 6 kms. Y no se me hace muy pesado, porque ya he perdido 13 kilos y noto que voy más ligero que antes. Recuerdo que el verano pasado en Edimburgo, andar un poco, aunque fuese tan sólo un kilómetro, me resultaba muy fatigoso y me daba mucha pereza.
Ahora, me noto mucho más activo, duermo menos siesta -a veces ni me la echo-, me despierto más temprano y con sensación de haber descansado, apenas ronco -eso dice mi mujer- con lo que creo que en un par de meses ya no necesitaré dormir con el CEPAP, la ropa empieza a quedarme holgada -camisas que antes estaban ajustadas a tope, ahora me quedan bien, se me caen los pantalones de andar por casa, no me aprieta el vaquero-, mi cara se ha afinado y estoy menos congestionado y ojeroso, ya no tengo esa barriga inmensa que tanto me amargaba y acomplejaba, empiezo a notarme más seguro de mí  mismo y no tengo la sensación de ser un gordo inmenso repelente...
Ahora, la báscula se ha convertido en mi amiga -antes era mi peor enemigo, de hecho ya casi ni me pesaba- y es un placer ver como día a día los kilos van desapareciendo. Como decía, a día de hoy -22 de febrero de 2014- tras 22 días de la cirugía, ya he bajado 13 kilos.
Empecé en 114,3 kilos y mi objetivo es llegar a los 77. Eso no lo peso yo desde los 18 años...
En resumen, estoy absolutamente satisfecho de haber dado este paso tan difícil y tan "acongojante" -me daba muchísimo miedo-. Es cierto, que ahora tendré que adaptarme a una nueva forma de ver la vida, no centrada en la comida y la bebida; pero la satisfacción de verte cada día mejor es muy estimulante y compensa las carencias.
Sé que he ganado en cantidad y calidad de vida, de años futuros. Y también sé que de haber seguido como estaba -que hubiese ido poco a poco a peor- tenía un futuro corto y muy negro.
Estoy deseando hacerme unos análisis para comprobar cómo las transaminasas, el colesterol, la glucosa, la creatinina... se han normalizado. La tensión arterial, que estaba últimamente en cifras ya peligrosas, ha vuelto a ser la mía de siempre, bajita: 110/60.
Esto es todo lo que puedo contar hasta hoy y, repito, el balance es muy, muy, positivo.
¿Lo volvería a hacer ahora, sabiendo lo que sé? La respuesta es clara: sí.