domingo, 17 de enero de 2016

Dos años después de la cirugía bariátrica

Bueno, hace muchísimo tiempo que no escribía nada en este blog; de hecho ya casi había olvidado que lo tenía.
"Pasa la vida", me gusta el título que le puse, porque así es: pasa la vida. ¡Y cómo pasa! Prueba de ello es que hoy me despido de los 55 años y mañana estreno los 56.
¡Cómo corre el tiempo, qué prisa tiene! Hace nada era un niño, un adolescente, un joven... y, ahora, un adulto "madurito"...
Lo curioso es que, pese a todo, por dentro me siento como siempre, el mismo de siempre, igual que cuando tenía 18, 20 o 30 años. Es cierto que hay cosas que cambian mucho, otras poco,  algunas apenas nada... pero, básicamente, lo esencial -algo indefinible- permanece inalterable, e inalterado, sigue idéntico. Es como si el tiempo no hubiese pasado; a veces, incluso, tengo la sensación de que al abrir los ojos voy a despertarme en cualquier momento del pasado: en casa de mis padres, en el parvulario, en el colegio, en uno de aquellos veranos maravillosos de los años 70, en la universidad, en brazos de alguna antigua novia, meciendo a uno de mis hijos recién nacido...
En fin, qué nostalgia... Aunque, siendo realista y sincero, sigo diciendo lo que siempre he pensado: que no volvería atrás ni un solo segundo, aunque pudiera. Lo pasado, pasado; todo tiene su momento, su tiempo, su espacio... Nada fue ni tan bueno, ni tan malo, como ahora lo recuerdo.
La memoria es muy subjetiva y arbitraria, y tiene tendencia a recordar sólo lo agradable. Y si acaso guarda -que lo guarda, claro- algún mal recuerdo, lo trae al presente, dulcificado, modificado para que no haga daño, para que no duela ni amargue.
La memoria es una amable mentirosa, una fantástica embaucadora, un falso testigo. Me encanta escuchar sus historias, y hago como que me las creo, pero, en realidad, sé que me engaña...

Si he decidido escribir una nueva entrada en este olvidado blog es por deferencia a un amable y despistado lector -probablemente el único- que ha dejado un comentario. Así he tenido conciencia de que todavía tenía este "Pasa la vida".
Había escrito dos entradas contando mi experiencia con la cirugía bariátrica, y lo dejé después de un mes -más o menos- de la operación. Pues bien, creo que es mi deber continuar con la historia y no dejarla a medias; cosa, por otra parte, muy habitual en mí.
¿Qué ha pasado conmigo después de dos años -se cumplen dentro de 12 días- de hacerme la gastrectomía vertical?
La verdad, es que todo ha ido muy bien; tanto que -podría decir sin temor a equivocarme, o a exagerar- mi vida ha cambiado completamente, radicalmente.
De los cerca de 115 kilos que pesaba cuando me operé, ahora me mantengo en 80 kilos. Y eso que en Navidad he ganado un par de kilitos. Pero, ya se sabe que en esas fechas se comen más dulces y se hacen algunos excesos. Aunque, en mi caso, estos son muy pequeños, porque, afortunadamente, la capacidad gástrica sigue siendo escasa, y eso hace que me llene enseguida.
Comer, como de todo, absolutamente de todo; aunque hay cosas que me sientan peor que antes. Por ejemplo, los asados -cordero, cabrito, cerdo, etc.- y las comidas muy grasas, noto que las digiero fatal, y me dejan con sensación de pesadez y mala digestión, aun comiéndolos en cantidades moderadas. Ahora, por supuesto, debo decir que me alegro, porque así me limito mucho una fuente importante de calorías y grasas.
En general, las cantidades que como no tienen nada que ver con las de antes. De hecho, cuando salgo a cenar, siempre digo lo mismo: "me sobra el segundo plato y podría pasar directamente al postre". En cambio, sí que he notado que los dulces me llaman la atención mucho más que antes y, lo malo es que, entran bastante bien. De hecho, si me moderase más con ellos, estaría pesando 76 o 77 kilos.
Pero, bueno, no me puedo quejar. ¿Quién me iba a decir a mí que iba a preocuparme de si pesaba 78 u 80 kilos? Eso, antes, no era ni siquiera un sueño; era ciencia-ficción.
Es una maravilla ver cómo con picar un poco de los entrantes -no mucho y no de todos- y con una par de cervezas sin alcohol, ya estoy lleno. Como decía, los segundos platos me sobran; no sé por qué los pido, porque no me los acabo nunca. Es por pura costumbre.
En cuanto al alcohol, lo he suprimido absolutamente. Tuve un par de malas experiencias porque, al no tener estómago, el metabolismo del alcohol se altera y enlentece mucho; o sea, que con una cantidad pequeña te coges un buen "pedo" y te sienta fatal. La verdad es que esto también ha sido otra ventaja, porque se ingieren muchas menos calorías y, encima, no castigas al hígado, ni al cerebro, ni a tu mujer, ni a tus amigos... Eso por no mencionar que te olvidas de que existen los controles de alcoholemia, y las asquerosas resacas -que con la edad cada vez son peores- han pasado a la historia.
Otra ventaja que tengo ahora es que hago deporte con regularidad. Juego al raquet unas tres veces a la semana. Aguanto partidos duros -muy duros- de una hora -a veces, más-, y me fatigo lo justo; desde luego, me canso mucho menos que la mayoría de mis amigos. He ganado en agilidad, resistencia, fondo... o sea, en todo. De hecho, estoy más en forma ahora que cuando tenía 18, 20, 30, 40 años...
Esto indica que mi estado cardiovascular es perfecto. Los análisis de sangre salen impecables, la tensión arterial es normal -tirando a baja-, la relación de grasa y músculo que me da la báscula Tanita, es perfecta... En fin, qué más se puede pedir...
Por último, el aspecto psicológico se ha visto muy beneficiado: mejor autoestima, más seguridad, menos pereza, incluso más espiritualidad. Parece como si, antes, la grasa también hubiese invadido mi mente; de hecho, posiblemente, en cierto modo, así era en realidad.
¡Qué placer da poder comprar ropa sin tener que ir al departamento de tallas especiales! Ahora, uso una talla 32 de vaqueros. Una talla que no creo que usase ni a los 17 años. Y, encima, ni te los tienen que arreglar de largo; es llegar, probar y comprar. Puedes salir de la tienda con ellos puestos, si quieres.
Otra cosa que he valorado mucho es no tener que evitar situaciones sociales sin ropa: la piscina, la playa, la sauna, el vestuario... Ahora estoy muy a gusto con mi cuerpo; al menos, no me avergüenzo de él -o sea, de mí mismo-. Eso antes era incomodísimo y me limitaba mucho. Era tan triste sentirse mal dentro de uno  mismo. Porque, como ya he dicho alguna vez, eso del mito del gordito feliz, no es más que eso: un mito. No es cierto que cuando estás gordo te sientes muy contento. Eso es una mentira estúpida y un topicazo.
Un detalle más: ¡puedo usar zapatos con cordones! Cuando pesaba casi 115 kilos, era imposible hacerse el nudo de los zapatos, así que me veía obligado a usar mocasines; y aun así, para calzarme debía coger aire -como quien va a bucear- y, de rodillas, congestionado, asfixiado e incomodísimo, calzarme.
Por supuesto, el CEPAP -el aparato que usaba por la noche para no roncar, ni tener apnea del sueño- ha pasado a la historia y duerme el sueño de los justos llenándose de polvo en un armario. ¡Qué bien se duerme sin tener que usar ningún aparato para respirar!
No sé qué más puedo contar que no haya dicho ya. Creo que cualquiera que lea estas lineas se podrá hacer una idea bastante exacta de lo que he ganado con la pérdida de peso. He ganado muchísimo y he perdido... ¡nada!, sólo grasa, peso, complejos, fatiga...
Ahora sé que he conseguido -si Dios quiere- unos cuantos años de vida más -probablemente bastantes-; pero eso no es lo más importante, lo más importante es que esa vida -mi vida- ha aumentado en calidad, y mucho.
Por tanto, la decisión que tomé hace ya dos años, fue difícil y arriesgada, ya que no deja de ser una cirugía muy importante. Pero, eso sí, fue una decisión acertada, valiente y lúcida.
¿Volvería a hacerlo? Y ésta es la prueba del nueve... La respuesta es: ¡sí! Una y mil veces: ¡sí!
Mi único consejo es que, quien piense en hacerse una gastrectomía, tenga la certeza absoluta de que es lo que quiere hacer, que esté totalmente convencido, que haya agotado cualquier otra salida -básicamente la dieta- y que lo haga libremente, sin dejarse convencer por nadie -ni por su médico, ni por su familia...-. Debe ser una decisión absolutamente personal y meditada.
También debe saber que, aunque la gastrectomía es una ayuda inmensa y maravillosa, no es la panacea; así que si, poco a poco, uno se va abandonando, y va comiendo y bebiendo cada día más y más, el pequeño estómago que tiene, puede ir cediendo y aumentando su volumen, con lo cuál -aunque no debería de ser así- podría volver a verse, al cabo de los años, en el punto de partida: la obesidad.
Sólo con pensar en esa posibilidad, se me encoge aún más mi pequeño estómago. Y, eso es bueno, porque "el miedo guarda la viña".
Y, claro, por último -aunque es casi lo más importante- quien haga la gastrectomía debe ser un profesional con muchísima experiencia y habilidad; un médico capacitado v honrado que se haga cargo del paciente y le explique todo el proceso con absoluta claridad: los pros y los contras, las ventajas y desventajas, las posibles complicaciones...
En mi caso lo tuve muy fácil porque sabía de primera mano -soy médico- quién estaba a la cabeza de estas intervenciones. Por eso me puse en manos del Dr. López Baena a quien siempre estaré inmensamente agradecido. Hizo una cirugía perfecta, impecable. No se puede pedir más. Espero que muchos pacientes se puedan beneficiar de su destreza, como lo hice yo. Su labor es, realmente, impagable.
Y, conste que, lo que hago no es ningún tipo de publicidad -nada más lejos de mi intención- porque no tengo el más mínimo interés personal; lo que manifiesto es mero agradecimiento a un cirujano maravilloso que con su profesionalidad y buen hacer me cambió la vida.
Como dice el refrán: "Es de bien nacidos, ser agradecidos". Pues, eso...


jueves, 20 de febrero de 2014

Mi experiencia con el tratamiento quirúrgico de la obesidad (II)






Mi experiencia con el tratamiento quirúrgico de la obesidad (II)


Hace 22 días que me hicieron la gastrectomía vertical en el hospital Gregorio Marañón y, aunque ha pasado muy poco tiempo, se me hace algo ya lejano.
Me operó el experto y estupendo Dr. López Baena, para quién no tengo más que palabras de agradecimiento. Creo que también opera por lo privado en IMEO.
He pasado bastante miedo. La noche antes, la del martes 28 de enero de 2014, no pegué ojo; apenas dormí un par de horas. Los nervios me consumían.
No olvidaré nunca cuando salí de casa con mi mujer, muy temprano, a las 6:30; nos recogió un taxi y fuimos al hospital. Entramos por Urgencias y de allí me pasaron a mi habitación.
Nos recibieron con mucha amabilidad, me dieron una esponja especial para antes de las cirugías, me duché -aunque venía recién duchado de casa- después me puse un camisón de esos que se abrochan por detrás y te dejan el culo al aire, me cogieron una vía en el dorso de la mano derecha y me quedé esperando en la cama.
A la media hora un celador me llevó al quirófano y una vez allí, bajo la lámpara enorme que aún no estaba encendida, se presentó el personal, me cogieron otra vía, esta vez en el dorso de la mano izquierda, y al poco tiempo una anestesista me dijo que iba a notar un poco de mareo, como si me hubiese tomado unas cervezas. Noté, inmediatamente, una sensación como de alejarme, como si me fuese volando arrastrado por una fuerza misteriosa. Sé que viajaba con la cabeza por delante...
Lo siguiente ya fue oír a alguien que me hablaba y me preguntaba que qué tal me encontraba. Estaba confuso y algo mareado, pero en seguida fui recobrando la conciencia y recuerdo que lo primero que pensé fue: "Ya está hecho y todo ha salido bien".
Pasé a la UVI, donde estuve un día entero, hasta la mañana siguiente. Allí me sentí bastante agobiado; no podía cambiar de postura, sólo estar boca arriba, además, notaba la sonda vesical -que era incomodísima- y cada vez que movía las piernas me daba sensación de escozor en la uretra. Tenía un suero conectado a la vía de la mano izquierda y unos manguitos que iban comprimiendo periódicamente las piernas. Esto último, las compresiones de las piernas, me resultó muy agradable.
Las horas no pasaban, se arrastraban lentamente. Miraba al reloj que tenía enfrente, cerraba los ojos intentando relajarme y dormir, volvía a abrirlos creyendo que habría pasado más de una hora y, para mi desesperación, al volver a mirar el reloj comprobaba que sólo habían transcurrido cinco minutos.
A última hora de la tarde dejaron pasar a mi mujer para verme unos minutos. Días después me dijo que tenía un aspecto fatal. No me extraña.
Así de fastidiado estuve todo el día y toda la noche; además, fueron apareciendo unos dolores de estómago bastante fuertes. La sensación era como si te estuviese mordiendo el estómago una jauría de perros rabiosos. Menos mal que las enfermeras estaban pendientes y me inyectaban calmantes. Una de las veces usaron Morfina; las otras Dolantina.
Por fin, a la mañana siguiente, hacia las 12, me llevaron a mi habitación. Por suerte, estaba solo, pero duró poco porque por la tarde me pasaron a una habitación compartida con un hombre que llevaba ingresado tres meses. La otra la necesitaban para un paciente mayor que estaba muy grave.
Al día siguiente me dejaron beber manzanilla y ya me levantaba yo solo al baño. Así, pasaron los días y yo cada vez me iba encontrando mejor.
Por fin, llegó el sábado por la mañana y el cirujano, un tipo estupendo y de quien tenía las mejores referencias, me dio el alta. Fue una felicidad inmensa vestirme y largarme de allí. Mi mujer y yo volvimos a coger un taxi y regresamos a casa.
Qué sensación tan maravillosa cuando entré y vi a mis hijos, mis cosas, mis gatos, mi sofá...
Ese día ya comencé con dieta líquida a base de caldos y leche desnatada enriquecida con leche en polvo y Meritene. Una toma cada dos horas. Así estuve 12 días.
Una cosa que llevaba muy mal era lo de pincharme la heparina. Me daba mucha aprensión. Finalmente, al tercer o cuarto día, me la inyectaba mi mujer. Fue un alivio. Con la heparina he estado tres semanas -hoy he terminado-.
He de confesar que, en un par de ocasiones, tuve una especie de ataque de pánico al ser consciente de que me había quedado sin estómago y que la situación era irreversible. Dudé si habría hecho bien operándome, sino me habría precipitado, si iba a aguantar toda mi vida sin comer y beber como antes -que era un placer y una adicción-. Ya digo que, en cierta manera, tuve que hacer un duelo a mi 80% de estómago extirpado. Pero me parece una reacción sana y normal ante una operación de este tipo; además de ser una forma de protesta ante la deprivación de las grasas, de los hidratos de carbono y del alcohol.
El día decimotercero pasé a la dieta de purés, que es con la que estoy ahora. La verdad es que no paso casi nada de hambre. A veces, sensación de ganas de comer, pero nada que ver con el deseo que tenía antes de la cirugía. Además, en cuanto tomo un poquito de puré ya me siento lleno. Son 200 mls de verdura con carne, muy pasado, como un potito; pero, a pesar de lo poco que es, hay veces que no me lo puedo acabar. Lo como con una cucharilla de postre y muy, muy despacio, porque sino te duele el estómago, notas que se distiende y tienes que parar. De hecho, puedo tomarme un vaso de leche antes de irme a la cama, pero hasta hoy nunca me lo he tomado, porque no siento la necesidad.
El estreñimiento es un problema, pero con buena hidratación, y algo de laxante, lo voy sorteando.
También tomo compota de fruta, que entra mejor y sabe muy bien. Procuro beber, fuera de las comidas, todo el agua e infusiones que puedo, para estar bien hidratado.
Las heridas, las cinco entradas que hicieron a mi abdomen, han evolucionado muy bien; de hecho, no me ha hecho falta antibiótico en ningún momento. A los catorce días me quitaron grapas y puntos. Fue un alivio.
El día 7 de febrero, a los nueve días de la operación, me animé a dar un paseo por el parque Juan Carlos I. Fue breve, veinte minutos, pero es que me tiraban los puntos y se hacía un poco incómodo.
A día de hoy, ya camino, casi todos los días, una hora; hago 6 kms. Y no se me hace muy pesado, porque ya he perdido 13 kilos y noto que voy más ligero que antes. Recuerdo que el verano pasado en Edimburgo, andar un poco, aunque fuese tan sólo un kilómetro, me resultaba muy fatigoso y me daba mucha pereza.
Ahora, me noto mucho más activo, duermo menos siesta -a veces ni me la echo-, me despierto más temprano y con sensación de haber descansado, apenas ronco -eso dice mi mujer- con lo que creo que en un par de meses ya no necesitaré dormir con el CEPAP, la ropa empieza a quedarme holgada -camisas que antes estaban ajustadas a tope, ahora me quedan bien, se me caen los pantalones de andar por casa, no me aprieta el vaquero-, mi cara se ha afinado y estoy menos congestionado y ojeroso, ya no tengo esa barriga inmensa que tanto me amargaba y acomplejaba, empiezo a notarme más seguro de mí  mismo y no tengo la sensación de ser un gordo inmenso repelente...
Ahora, la báscula se ha convertido en mi amiga -antes era mi peor enemigo, de hecho ya casi ni me pesaba- y es un placer ver como día a día los kilos van desapareciendo. Como decía, a día de hoy -22 de febrero de 2014- tras 22 días de la cirugía, ya he bajado 13 kilos.
Empecé en 114,3 kilos y mi objetivo es llegar a los 77. Eso no lo peso yo desde los 18 años...
En resumen, estoy absolutamente satisfecho de haber dado este paso tan difícil y tan "acongojante" -me daba muchísimo miedo-. Es cierto, que ahora tendré que adaptarme a una nueva forma de ver la vida, no centrada en la comida y la bebida; pero la satisfacción de verte cada día mejor es muy estimulante y compensa las carencias.
Sé que he ganado en cantidad y calidad de vida, de años futuros. Y también sé que de haber seguido como estaba -que hubiese ido poco a poco a peor- tenía un futuro corto y muy negro.
Estoy deseando hacerme unos análisis para comprobar cómo las transaminasas, el colesterol, la glucosa, la creatinina... se han normalizado. La tensión arterial, que estaba últimamente en cifras ya peligrosas, ha vuelto a ser la mía de siempre, bajita: 110/60.
Esto es todo lo que puedo contar hasta hoy y, repito, el balance es muy, muy, positivo.
¿Lo volvería a hacer ahora, sabiendo lo que sé? La respuesta es clara: sí.

domingo, 26 de enero de 2014

Mi experiencia con el tratamiento quirúrgico de la obesidad (I)

Mi experiencia con el tratamiento quirúrgico de la obesidad (I)



Si estás leyendo esto es porque, probablemente, estás gordo. Sí, así de claro, GORDO. Con mayúsculas, con todo lo que implica, con todas sus letras, con las connotaciones negativas que tiene, con el rechazo que provoca en los demás y en ti mismo.
Gordo, obeso, recio, rollizo, grueso, corpulento, robusto, rechoncho, barrigón, gordinflón, grasiento, fornido, orondo, regordete, cerdo, vaca... El diccionario está repleto de sinónimos y eufemismos de la palabra gordo.
¿Te suenan todos estos vocablos? Seguro que sí, ya que desde hace años, a veces desde la infancia, lo sufres, aunque lo disimules, pero lo sufres, y mucho.
Te lo dice el espejo cada mañana, te lo recuerdan los demás cada día, te lo grita la báscula, te lo restriegan las fotografías y los vídeos, te lo sugiere tu falta de autoestima, tu torpeza, tu fatiga, tu falta de ganas de moverte, tu pereza...
Tal vez seas de los que sigue el tópico del "gordito feliz", ese tipo que disfruta de la vida, que pasa de todo, que se centra en la amistad y la autenticidad, al que no le importan las apariencias, el que no valora ni el físico, ni el qué dirán, ni los números de la báscula...
¡Mentira! ¡Mentira podrida!. Y eso tú lo sabes mejor que nadie, es una gran mentira, una mentira tópica usada hasta la saciedad que, a fuerza de ser repetida una y otra vez, consigue convertirse en "verdad". Una verdad que nadie cree, ni tú, ni ellos. Sí, ellos, los otros, esos seres humanos que te ven cada día y piensan: "pobre, qué gordo está".
Pues bien, yo -que pertenezco al grupo de los gordos, como así me lo recuerdan la báscula y las tallas de ropa- que ya he hecho mil y una dietas, que he adelgazado moderadamente y vuelto a engordar estrepitosamente, que he decidido pasar hambre y no lo he podido soportar; yo que ya había tirado la toalla y estaba resignado a seguir comiendo y bebiendo hasta que un día mi propio cuerpo -yo mismo- me dijese "hasta aquí hemos llegado; no podemos seguir más", he tenido el valor -o la cobardía- de darle una solución drástica al problema de la obesidad, de mi gordura incontrolada y fuera de órbita: me voy a someter a una cirugía bariátrica, me voy a operar.
Para ser preciso, me van a hacer una "gastrectomía vertical", lo que se conoce coloquialmente como "manga gástrica". Esto significa que me van a extirpar más del ochenta por ciento del estómago. Es una medida extrema a un problema extremo. Cuando la fuerza de voluntad falla, no queda más remedio -al menos para mí- que poner un freno externo.
La capacidad media de un estómago adulto es de unos 1500 mls. Tras esta cirugía su capacidad pasa a ser de unos 150 mls. Poco, muy poco ¿verdad?. Creo que me costará acostumbrarme a mi nuevo tamaño de estómago, sobre todo sí pienso que llevo con el mío 54 años del ala.
Antes de tomar esta drástica decisión me he informado exhaustivamente, he consultado con varios especialistas y hemos analizado las distintas posibilidades que tenía. Finalmente, ésta nos ha parecido la mejor opción. Así que, adelante. Ya me he hecho todas las pruebas médicas y el estudio preanestésico. Y ya tengo día para la operación: el miércoles que viene, el 29 de enero de 2014.
Esta fecha la voy a considerar como un punto de inflexión en mi vida. Un momento muy, pero que muy, importante. El cambio más radical que he hecho, y haré, jamás. El paso de una vida en la que beber y comer en abundancia ocupaban un lugar principal -uno de los más importantes- a un estilo de vida nuevo, en el que la comida y la bebida serán un medio para vivir, en vez de un fin, como hasta ahora. Parece un enfoque mucho más sano y maduro. De hecho, estoy convencido de que lo es. Voy a hacer lo correcto, lo sé.
Ahora, a tan sólo tres días de operarme, la seguridad y la objetividad que he tenido estos últimos meses, veo que se esfuma. Me entra una inseguridad importante y me cuestiono si no me estaré equivocando, si la cirugía saldrá bien -seguro que sí, porque el cirujano es de lo mejor que hay en Madrid y es experto en estas técnicas-, si no se complicará algo en la anestesia, si me despertaré en perfectas condiciones, si tendrán dificultad para intubarme, etc.
O sea, ha hecho acto de aparición el maldito y fatídico miedo. Bueno, no quiero darle más importancia de la que tiene, supongo que es la reacción más lógica y más humana cuando uno está a punto de darle un giro tan dramático e irreversible a su vida.
¿Me adaptaré bien a comer cantidades tan pequeñas? ¿Me afectará psicológicamente? ¿Cambiará mi vida social?
Creo que la respuesta, sobreponiéndome a la angustia que ahora me atenaza, es que sí me adaptaré a comer poco y bien, que psicológicamente me voy a sentir muy bien, según vaya bajando peso y estando más ágil física y mentalmente, y que mi vida social será mejor que la que tengo ahora, sólo comeré menos cantidad, más escogida, más sana y sin refrescos ni alcohol. Mi cerebro, mi hígado, mis rodillas y todo mi cuerpo lo agradecerán.
Cuando el colesterol, los triglicéridos, las transaminasas, la glucosa, la tensión arterial -y muchas cosas más- se normalicen, voy a sentirme como nuevo.
Empezaré a hacer deporte otra vez: jugar al raquet, correr, montar a caballo. Dejaré de pasarme las tardes tirado en el sofá, durmiendo y viendo la televisión. No tendré que usar el CEPAP para dormir sin episodios de apnea. Me compraré la ropa que me guste sin pensar si la tendrán en el departamento de tallas especiales. Podré bajar a la piscina a nadar y a tomar el sol sin miedo a que me vean los vecinos. Recomendaré a mis pacientes que pierdan peso sin sentirme incómodo de cómo me ven. Volveré a sentirme atractivo. No me moriré de calor en verano. Podré pasear por el campo y las ciudades sin cansarme y sintiendo ganas de sentarme y descansar.
En fin, ¿puede haber más ventajas para tan pocos inconvenientes? Creo que lo que voy a ganar a cambio de perder casi todo el estómago, es mucho, muchísimo. Es volver a estar vivo, sano, fuerte, activo, contento, seguro. No tendré esa espada de Damocles del accidente cerebrovascular, del infarto agudo de miocardio, del incremento del riesgo de cáncer. Incrementaré mi esperanza de vida en unos quince años, ¡quince! Eso es mucho, muchísimo.
Total, lo que decía, gano mucho, y muy importante, a cambio de una operación de noventa minutos, bastante segura en manos de mi cirujano experto, y dos o tres días de ingreso en el hospital.
Después, a seguir las instrucciones que me den, al pie de la letra y a ver como día a día se invierte el camino de la báscula; de subir y subir, a bajar y bajar. Ya no tendré miedo de pesarme, todo lo contrario, será un placer.
Bueno, estás reflexiones han tenido la virtud de tranquilizarme. He puesto negro sobre blanco el motivo por el que me operaré el miércoles. Y veo que está bien, muy bien. Sé que estoy haciendo lo mejor para mi salud física y mental.
Me recuerda a cuando, hace más de veinte años, dejé de fumar. Fue una decisión vital, como ésta. Nunca me arrepentí y sé que eso me libró de muchos y graves problemas de salud. A lo peor, ya no estaría aquí... Sí, de vez en cuando tomó decisiones difíciles y muy importantes. Pocas veces, pero bien escogidas.
Ánimo, esto pasará y dentro de unos meses ni me acordaré de estos días.
En este momento, peso 114 kgs. y teniendo en cuenta que mido 1,75 mi IMC es de algo más de 37.
¿Tengo algún objetivo de peso? Sí, quiero perder 37 kgs y llegar a pesar 77 kgs. Es un sueño que, en unos seis meses, se va a hacer realidad. Y eso va a ser maravilloso. En agosto espero estar en ese peso  "mágico".
Me voy a tener que gastar dinero en comprar ropa nueva, pero nunca lo habré gastado con más gusto.
En este blog iré contando cómo transcurre todo el proceso. Si alguien en mi situación lo lee, seguro que va a serle útil para ayudarle a tomar una decisión y encontrar su camino a la salud y a la estética.
Ánimo, Rafa. Tú, puedes. De los cobardes nunca se ha escrito nada.

domingo, 6 de mayo de 2012

Servicio de Urgencias en Madrid

Hace unos días se ha creado un blog para uso de los médicos, enfermeras y demás personal del SUMMA 112 (Servicio de Urgencias Médicas de Madrid). Su finalidad es crear una vía de comunicación dentro de este grupo de trabajadores sanitarios, dada la falta de cohesión y unidad entre los mismos, debida, entre otros factores, a su dispersión en diversos dispositivos asistenciales (SUAP, UVI, UAD...). Y es que esta falta de unidad es un factor vital a la hora de debilitar su capacidad de respuesta ante las variadas y constantes agresiones y abusos que sufren por parte de la Administración. De hecho, es tal el grado de indefensión que padecen (padecemos) que el porcentaje y nivel de burn-out (quemados) es elevadísimo. Posiblemente superior a la media de los médicos de España en general, ya muy alto de por sí. Pues bien, he temido el dudoso honor de inaugurar el citado blog, que responde al nombre de summandosealasbarricadas.blogspot.com, ya descriptivo de por sí, haciendo un brevísimo resumen de nuestra situación. Ahí dejo una copia del mismo: Por fin tenemos un medio para estar en contacto!!!. Es un paso importante, ya que uno de nuestros problemas, entre otros muchos, es la falta de unión. Estamos cada uno en su equipo, completamente aislado del resto y recibiendo palo tras palo, sin otro recurso que maldecir y aguantar. Y de esto último, de aguantar y callar, sabemos todos mucho. Llevamos así toda la vida. Primero con el SNU/SEU, luego con las áreas y después con el SUMMA. Y éste último estamento, el “bendito” SUMMA, que parecía que iba a traer consigo una notable e imprescindible mejora de nuestra situación, ya que ibamos a depender de gente “de la nuestra” (el Dr.Tenorio, el Gerente del SUMMA, empezó haciendo guardias como nosotros, hasta que le designaron para su cargo político-administrativo) de la que se dedicaba única y exclusivamente a la urgencia, y que por tanto era de suponer que nos iban a respetar, comprender, ayudar, y todo aquello que se espera de una Dirección competente, responsable y bien formada en gestión de recursos humanos -¡qué ingenuos!- ha resultado ser el peor de los lugares al que podíamos llegar. Si cuando dependíamos de las áreas éramos el último mono, los apestados, esos que trabajaban por la noche, y que vaya usted a saber qué coño hacen y qué medicina sabrán para estar ahí… En el SUMMA, somos menos aún que en las áreas. Ahora sí que no somos nada, ni pintamos nada. Y como ellos así lo perciben, pues también así es por lo que nos tratan como a imbéciles. Nos consideran menores de edad, súbditos, seres tutelables, manejables y dirigibles: somos un cero a la izquierda. De hecho, por encima de nosotros cree estar todo el mundo, cualquier secretaria, administrativo… No importa su grado de formación, ni su función, todos se sienten con poder sobre nosotros. Y esto sí que supone una auténtica perversión; es el mundo al revés. La base sobre la que se apoya todo el sistema sólo la forman dos grupos: los enfermos y el personal sanitario que les atiende. Fuera de esto, todo lo demás no es más que la estructura organizativa al servicio de la base: nosotros y nuestros pacientes. Es decir, a nuestro servicio. La Dirección que ocupa Antracita, tiene sentido como una ayuda logística para facilitar nuestro trabajo. Si alguien debe estar al servicio de alguien, esa es la Dirección y todo el personal administrativo que depende de ella, al nuestro. Y, tal vez, sobre éste tipo de trabajadores, los administrativos, sí que se podría admitir cierta situación de autoridad por parte de la Dirección, pero sobre nosotros: ninguna. Que quede claro que el SUMMA existe sólo por y para nosotros. Que quede claro que el trabajo del SUMMA se lleva a cabo, no en los despachos, desde los que lo único que nos llega son órdenes y desplantes, sino en cada Centro de trabajo en el que estamos nosotros, no ellos. Que quede claro que el SUMMA somos nosotros, los que estamos a pie de calle dando la cara ante los pacientes, ante los jueces, ante la sociedad en general. Nosotros somos y ellos aparentan que son. Nosotros hacemos la guerra y ellos se ponen las medallas. Pero, bueno, hay tanto y tanto que decir, y tan importante y que afecta tanto a nuestra vida: salud, familia, economía… que ya iremos comentando poco a poco. Doy la bienvenida a este blog y reitero la esperanza de que sea de utilidad para unirnos y hacer frente común ante quienes pretenden hacer de nosotros unos esclavos sin voz, ni voto, ni dignidad, ni nada de nada… Ya casi se nos pasa el arroz, pero nunca es tarde para recuperar la dignidad. Y para ello es imprescindible que tomemos conciencia de lo que digo más arriba: nosotros somos la savia de este árbol. Sin nosotros no existe del SUMMA ni la S de siniestro… Es vital que nos unamos, cosa que nunca hemos hecho, y que demos pasos en la misma dirección. Basta de estar asustados por una reclamación absurda, por una carta de la Dirección, por una nota interna de los administrativos. No tenemos nada que temer. Nosotros tenemos la fuerza, lo que pasa es que todavía no lo sabemos; es triste, pero es así. Todavía no somos conscientes de nuestro poder y de nuestra valía. Nos han humillado tanto y durante tanto tiempo, que ya casi hemos olvidado lo que somos: médicos, enfermeras… Somos profesionales y de los buenos. Hacemos un trabajo que es vital para nuestra sociedad y como tal debemos reivindicarlo. No somos unos peleles, ni unos pusilánimes. Somos médicos, enfermeras, técnicos… que en otros países son reconocidos y respetados como se merecen y que se sienten orgullosos de lo que son y de lo que hacen. Vamos a hacer nosotros lo mismo. Tenemos mucho trabajo atrasado. Que cada uno haga examen de conciencia y piense a qué nivel de vileza se ha dejado arrastrar y si le merece la pena seguir manteniendo esta situación por más tiempo. Queridos compañeros, tenemos la sartén por el mango… Así que, usémosla. Un abrazo a todos

miércoles, 25 de abril de 2012

Politicastros

Tenemos unos políticos de opereta. Son cobardes, incultos, altivos, incompetentes, osados, irresponsables… Podría seguir, pero no merece la pena. Unos, los del PSOE, nos hundieron en la más profunda miseria económica, cultural y moral que hemos conocido desde la posguerra. Ahora, los otros, los del PP, no tienen los huevos de corregir y terminar con tanto dislate y despilfarro. Toman medidas fáciles -para ellos- pensando en no desgastarse demasiado, no molestar a los independentistas, terroristas y demás calaña antinacional. No se atreven a quitar las subvenciones a unos sindicatos que si se tuviesen que mantener con las cuotas de sus afiliados -como hacen en países avanzados- no tendrían ni para folios. No se atreven a quitar las subvenciones a la patronal, ni a los partidos políticos. Hacen una reforma sanitaria de la señorita Pepis: insisten en que es gratuita y universal. Ja, eso no existe. La pagamos nosotros, nadie regala nada. Nada es gratuito, nada. Eso sí, los sueldos del personal sanitario están por los suelos y el trato que les da la Administración es esperpéntico y de campo de concentración. Nuestro “gobernantes” son duros con los débiles y blanditos con los fuertes (banca, sindicatos, terroristas…). Para hacerlo asi vale cualquiera. Falta inteligencia, honradez, valor e imaginación. Qué pena de época la que nos ha tocado vivir: primero una dictadura y ahora otra, pero con urnas, para disimular. ¿Seremos tan tontos como para consentir que nos traten así? No sé, a veces, cuando me desanimo más de lo habitual, llego a pensar que, a lo mejor, hasta nos lo merecemos. Me queda la duda. Tenemos que poner un límite a esta situación tan desalentadora. ¿Cuánto más podremos aguantar?